Los espacios que habitamos al interior de las ciudades están esencialmente formados por la infraestructura urbana construida, los espacios públicos y el espacio privado ocupado por la vivienda y los servicios. El conjunto de estos elementos conforma el espacio antropizado, es decir, el espacio construido por el interés de la acción humana cuyo fin último es la convivencia social. Al mismo tiempo, es evidente que los espacios ocupados por las ciudades eliminan y transforman radicalmente los ecosistemas naturales que las urbes ocupan. Estas acciones tienen efectos que hasta hoy no son claramente percibidos y valorados por la población; la pérdida de los ecosistemas se ve reflejada en la disminución de los bienes y servicios que estos brindan a la sociedad en su conjunto.
Los ecosistemas son unidades funcionales conformadas por componentes bióticos y abióticos en permanente interacción, y se encuentran en continua evolución en ciclos de equilibrio dinámico. Son la fuente de todas las formas de vida conocida y son el escenario sobre los que se realizan todas las actividades económicas, y, por ende, la construcción y expansión de las ciudades.
(Imagen: Sipse)
Para abordar el concepto de servicios ecosistémicos, el punto de partida es comprender que los ecosistemas brindan servicios fundamentales para la reproducción y el mantenimiento de todas las formas de vida; sin embargo, el modelo político económico actual y los procesos de expansión urbana los ignoran y los invisibilizan; por lo que en la toma de decisiones y en la gestión de la ciudad no se reconoce ni se valora su importancia como una condicionante para mantener la calidad de vida de la población urbana. Los servicios ecosistémicos satisfacen necesidades humanas y son generadores de bienestar. Tienen un impacto directo en la calidad de vida de los habitantes de la ciudad; no sólo proveen alimentos (aprovisionamiento), también definen el clima (regulación), posibilitan la recarga de los acuíferos (soporte), y permiten actividades culturales y recreativas que hacen posible una vida sana.
El vertiginoso crecimiento que ha experimentado la ciudad de Mérida y la zona metropolitana (ZMM), ha cambiado de forma irreversible las condiciones ambientales locales, por lo que se han perdido servicios que prestaban los ecosistemas. El ecosistema que más se ha visto afectado corresponde a la selva baja caducifolia y su variante, la selva baja espinosa con cactáceas candelabriformes, típica de ambientes más xéricos (un medio seco).
(Imagen: Sipse)
Se pueden mencionar un par de ejemplos sobre los cambios que se observan en materia de pérdida de los servicios ecosistémicos. Hace unas semanas, los habitantes de la ZMM hemos sufrido altas temperaturas registradas durante el verano, las cuales impactaron y movilizaron a la población. Si revisamos los últimos sesenta años de mediciones de datos climáticos tomados por las instancias responsables (CONAGUA y FIUADY), se aprecia el registro de escenarios anómalos en la zona metropolitana; el más contundente marca un importante aumento de las temperaturas máximas extremas, incrementándose de 33 a 41 °C. La temperatura mínima también registro un descenso histórico para Mérida con 10.6 °C, por lo que se generan condiciones más extremas para la ZMM.
Otro aspecto que es de gran preocupación debido a que tiene un impacto directo en el bienestar, las condiciones de vida y salud de la población, está relacionado con la disponibilidad y calidad del agua. Como se sabe, la única fuente disponible de agua para el consumo humano en la ZMM es la que se moviliza a través del acuífero peninsular. Éste se caracteriza por su gran volumen (el mayor acuífero a nivel nacional), y también por su alta vulnerabilidad o susceptibilidad a la contaminación debido a la permeabilidad de la roca caliza que lo contiene. De tal suerte que las sustancias vertidas y los metales pesados dispuestos en superficie se infiltran con facilidad a través de los sistemas de fallas y fracturas.
Ante el aumento y concentración de la población en las ciudades, la falta de tratamiento adecuado de las aguas residuales municipales y el insuficiente manejo de los desechos sólidos, se han contaminado los suelos, y se reconoce que los niveles de contaminación que registra nuestra única fuente de agua disponible (el acuífero de la ZMM) son elevados. Aunque se cuenta con un marco legal que protege, o intenta proteger una porción de la zona de captación hídrica (La Reserva Cuxtal y la denominada Reserva Estatal Geohidrológica del Anillo de Cenotes), la realidad es que más del 90 % de la población rural continúa la práctica del fecalismo al aire libre. Asimismo, en el agro yucateco se utilizan de forma indiscriminada y sin ningún control: fertilizantes, herbicidas (glifosato) y pesticidas artificiales organoclorados; los cuales se usan para controlar poblaciones de insectos plaga en cultivos (algunos de estos productos han sido prohibidos o limitados en otros países). Los últimos pesticidas mencionados son hidrocarburos con alto contenido de cloro; por sus propiedades fisicoquímicas su degradación es lenta y de alta persistencia en el ambiente. Los estudios indican que son bioacumulables en tejidos grasos, por lo que se incorporan a las cadenas tróficas, tienen características mutagénicas y capacidad de producir diversos tipos de cáncer.
La ZMM no debe seguir creciendo y expandiéndose sólo a partir de criterios de rentabilidad económica y especulación inmobiliaria, sin considerar criterios de planeación y valoración de los servicios ecosistémicos a mediano y largo plazo; pues ello compromete la viabilidad y la sustentabilidad de la ciudad de Mérida. Los gobiernos y la sociedad en su conjunto debemos optar por una consolidación de la ciudad, atendiendo con extremo cuidado el mantenimiento de los servicios ecosistémicos que nos permitan construir el bienestar social para la actuales y futuras generaciones.
Gerardo García Gil
Doctor en Geografía por la UNAM; especialización en Cartografía de los Recursos Naturales y Ordenamiento Ecológico del Territorio, profesor investigador del Campus de Ciencias Biológicas y Agropecuarias-UADY.
E-mail: garciag@correo.uady.mx
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