Cerca de un 5% de la superficie terrestre está ocupada por ecosistemas urbanos, y en ellos habitan casi 4,000 millones de seres humanos. Los espacios verdes al interior de las ciudades son pequeños ecosistemas integrados por suelo, agua, vegetación y fauna, que tienen un enorme potencial de brindar invaluables servicios y satisfacer necesidades fisiológicas, psicológicas, ambientales, sociales y estéticas a las personas que ahí conviven; pero que única y exclusivamente podrán satisfacer las expectativas que de ellos se tienen, si los mencionados elementos que los componen se encuentran en perfecto equilibrio.
Los elementos verdes brindan solidez, resiliencia y permiten articular adecuadamente la estructura urbana. Su importancia es tal, que uno de los principales indicadores de la calidad de vida imperante en una ciudad suele expresarse en términos de unidades de área de espacio verde disponible por habitante, o en la cantidad de árboles por ciudadano. Pero en esta medición, sobre todo si queremos que realmente sirva como un indicador veraz y efectivo, no deben las autoridades rendirse a la tentación de sumar todo espacio no edificado o pavimentado, ni las áreas residuales que no cumplan con la calidad adecuada para considerarse verdaderas áreas verdes, solamente para incrementar falsamente el indicador. Para que realmente cuente como un factor determinante en el incremento de la calidad de vida, el espacio verde tendría que ser no solamente estéticamente agradable, armonioso y equilibrado con el entorno, sino que debería ser capaz de cubrir satisfactoriamente una serie de carencias ambientales, e incidir decisivamente en la mejora de muchas otras variables.
En este orden de ideas, y considerando que los espacios verdes constituyen un elemento fundamental del equilibrio ecológico de las ciudades, tendríamos que elevar a un mayor grado de prioridad el establecer en todo palmo de terreno que exista disponible (y que sea adecuado): áreas verdes densas, arboladas principalmente, pero con especies que estén sanas, robustas, rebosantes de follaje; y brindarles todos los cuidados agronómicos que requieran, que cuenten con riego eficiente, efectuándoles podas frecuentes y controlando las plagas que las atacan. Mediante ese extraordinario, y a la vez tan básico proceso natural llamado fotosíntesis, los árboles absorben dióxido de carbono (CO2) y devuelven oxígeno a la atmósfera, pero la fotosíntesis es más intensa en las épocas de mayor actividad de las plantas, y este efecto benéfico, es directamente proporcional a la superficie foliar de cada especie. Por lo tanto, habría que privilegiar la siembra de especies perennifolias, ya que las caducifolias no cumplirían esta función durante los períodos en que carecen de hojas, o cuando éstas se encuentran secas; de ahí la importancia de contar con sistemas de riego.
Adicionalmente, las hojas de los árboles contribuyen a fijar partículas de polvo y gases contaminantes que se encuentran suspendidos en el aire, y la retención será mas efectiva en la medida en que mayor sea la cantidad y la calidad de las hojas, especialmente si cuentan con una superficie rugosa. Hace muchos años, un estudio realizado por las Naciones Unidas para la ciudad de Chicago concluyó con una estimación de que los árboles estarían contribuyendo con la eliminación de 5,575 toneladas de contaminantes atmosféricos por año; un servicio de limpieza que de otro modo le estaría costando a la ciudad alrededor de nueve millones de dólares. En las zonas urbanas de elevada concentración humana, esas partículas suspendidas podrían contener abundantes microorganismos patógenos, por lo que al reducir su concentración, también se estaría logrando un efecto antibiótico importante.
La biomasa vegetal ayuda igualmente a equilibrar los valores de temperatura y humedad. La diferencia térmica entre una calle carente de vegetación, comparada con otra que cuente con árboles de tamaño medio, podría variar entre 2 y 4 grados Celsius; mientras que la humedad relativa puede ser hasta un 10% mayor en las calles arboladas debido a la transpiración de los árboles, lo cual genera un efecto refrescante asombroso.
Las plantas también conforman la mejor protección contra la erosión del suelo producida por la lluvia y la escorrentía que de ella deriva. Los árboles atemperan la fuerza de la lluvia de manera notable al filtrarla a través del follaje y las plantas bajas, los arbustos y los cubresuelos; los cuales fijan la tierra gracias a su sistema radicular denso y poco profundo.
Siempre que cuenten con la densidad y el espesor adecuados, las masas vegetales funcionan como pantallas que son sumamente efectivas para reducir la contaminación acústica y protegernos contra fuertes vientos. Así que, numerosos y muy valiosos son los servicios ambientales que la vegetación presente en los ecosistemas urbanos puede proporcionarnos.
Entonces, ¡sembremos todo espacio disponible y adecuado, o creemos nuevos espacios!, ¡pongamos énfasis en diseños innovadores! ¡Cuidemos el dinero que será invertido!, pero jamás a costa de la calidad. ¡Proporcionemos a las áreas verdes de todo lo que necesitan para consolidarse!, desde infraestructura moderna y eficiente, hasta cuidados agronómicos específicos y profesionales; ¡no las abandonemos pensando que la naturaleza se sabe defender sin ayuda! Ya hemos contribuido bastante con su deterioro. ¡Es hora de brindarles nuestro soporte!
*Imágenes: Nayeli González Muñoz
Raúl Asís Monforte González
Ingeniero Civil y Maestro en Arquitectura de Paisaje. Presidente del Consejo Directivo de la Asociación Mexicana de Energía Renovable y Medio Ambiente A.C.
Email: raul@mienergiamx.com
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