Mérida y sus modernidades

Ago 2, 2022 | Artículos, Zona Urbana

Mérida y sus modernidades

Mérida vive hoy día varias modernidades. En vez de una ciudad armónica, los conflictos se hacen más notorios. El conflicto fundamental (pero no frontal) es la proliferación de proyectos urbanísticos que, de suyo, niegan la ciudad tradicional surgida después de más de cuatro siglos. ¿Cómo podemos entender que no se alcen las voces en defensa de la Mérida histórica amenazada? ¿Cómo podemos entender que, en la ciudad más segura de todo el país, proliferan los desarrollos urbanos cerrados con altos muros y aislados entre sí? Quiero abrir el debate más que responder estas preguntas.

La modernidad y las utopías urbanas

El progreso siempre se ha entendido como sinónimo de modernización. Ser moderno es ser progresista, es renovarse, actualizarse, rejuvenecerse. El modernismo, dice Marshall Berman, es una revolución permanente, se preocupa poco de la reconstrucción de los mundos que destruye, es el modelo de una sociedad ideal, exenta de problemas. Por tal motivo, el modernismo es una forma de utopía, porque ve hacia el futuro, busca el progreso y la renovación, antes que otra cosa.

Desde diferentes niveles, ángulos e intereses, los agentes del ramo gestionan una suerte de proyectos urbanos con vista en utopías europeas del periodo liberal. Los conceptos de modernización y modernidad son un componente fundamental para explicar las utopías urbanas a lo largo del tiempo en la sociedad mexicana, estoy pensando en el Paseo de Montejo y en la avenida Colón, por ejemplo. Modernización y modernidad son construcciones históricas. Modernización es entendida como desarrollo económico y tecnológico; mientras que la modernidad es la expresión cultural de la modernización. Ambas se definen y redefinen históricamente a partir de la constitución y confrontación de diversos intereses sociales.

Las concepciones de modernidad de unos actores sociales dominantes son, por lo tanto, la base de la construcción de esas utopías urbanas que van dejando huella en la ciudad. Con este enfoque, la ciudad es el lugar de la modernidad, de la expresión espacial y arquitectónica del desarrollo tecnológico. La ciudad sede de los grandes edificios públicos y privados, las imponentes formas constituidas por las delimitaciones espaciales de sus plazas, de sus hitos que ejemplifican la grandeza urbana, es el encuentro y la distancia social que viene desde la calle. Pero también la ciudad muestra esa modernidad bermaniana que destruye el pasado, lo urbano es desintegración y angustia, es la unión y la desunión de los individuos.

La ciudad (europea) del siglo XIX fue producto de un proceso de modernización que fragmentaba, individualizaba y desestructuraba la comunidad, esta última basada en la idílica vida rural. Simmel coincidía con Weber en que la racionalización de la sociedad moderna era una jaula de hierro, el precio de la perfección objetiva, la atrofia del espíritu humano. Pero, al mismo tiempo, supieron entender las posibilidades de la modernidad urbana que podían ser armónicas y también espacios de libertad.

Mérida y sus modernidades

Las ciudades y la diversidad

En la ciudad del siglo XIX se manifestaba la pérdida de la personalidad, la alienación, la subordinación del espíritu a lo material, pero al mismo tiempo la ciudad era el lugar de la redención humana, el espacio posible de la libertad civil. La ciudad como lugar donde se expresaban con mayor nitidez las patologías sociales, la desintegración social, la sociedad de masas y la mayor distancia social, pero al mismo tiempo la ciudad como el contexto donde se podían ampliar los dominios del individuo, el lugar donde se permitía la diversidad y la pluralidad. Es en la ciudad donde se democratizan las relaciones sociales y universaliza el pensamiento. La modernización, así se entendió y, por tanto, implicó un proceso de diferenciación social, un hacerse heterogéneo a partir de la búsqueda de lo individual. La comunidad rural, en contraste, contenía una mayor solidaridad mecánica, pero también una mayor opresión social por la estrechez de los vínculos éticos.

Un punto de vista contrario al de Simmel, es la idea de ciudad de F. Tönnies, como una entidad catastrófica. La ciudad fragmentaba la identidad comunitaria, destruía los lazos sociales y las redes de intercambio. La idea Tönnies era regresar siempre al pasado idílico de las comunidades rurales, ya que la comunidad era la fusión perfecta de la identidad, la armonía, las costumbres y la religión.

Estas dos visiones paradigmáticas, grosso modo resumidas, han estado presente en el globo a lo largo del tiempo. La ciudad moderna del siglo XX se ha asociado enérgicamente con el desarrollo económico y en muchos casos específicamente con la industrialización, porque ésta significaba establecer la ruta inequívoca del progreso.

El debate sobre la ciudad en tanto espacio exclusivo de la modernidad, en oposición a la vida rural, tradicional y conservadora; como lugar de la expresión universal contra la visión particular y local, no debería traducirse en su expresión más simple: la contradicción rural-urbano. Porque la ciudad es en sí misma reflejo de la confrontación de distintas perspectivas de modernidad que rebasan, en mucho, los límites exclusivistas de los contextos rurales o urbanos.

La modernidad no es un orden social, sino un movimiento

Berman, al plantear que la modernidad es una construcción histórica, ubica el problema en sus justos términos, es decir, no hay una modernidad sino distintos proyectos de modernidad que, buscando la hegemonía política y cultural, contrapone momentos históricos. La modernidad no es un orden social sino un movimiento.

Por ejemplo, el centro histórico de Mérida es manejado y visto desde una perspectiva posmoderna. Por el posmodernismo que está contra el modernismo puro y se abre la inmensa variedad y riqueza de las cosas y las ideas, pero el problema es que tal apertura y especificidad le hace perder el sentido crítico e histórico de las cosas que analiza y defiende. Lo positivo del postmodernismo es que está en contra de las generalizaciones burdas y las totalidades superfluas.

La ciudad postmoderna no se asocia con la industrialización, sino con los medios de comunicación, con el dinero y el poder, con las poblaciones que son más urbanas y menos obreras. Las identidades son más simbólicas y son promovidas por los medios de comunicación, a diferencia de aquellas basadas en las cercanías, distancia física y social, y el tiempo.

 

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La élite inmobiliaria yucateca

Las élites inmobiliarias en la globalización tienen un proyecto homogéneo integrador y universal. La nueva organización se caracteriza por ser tecnológicamente innovadora, en constante progreso, y por gentrificar grandes áreas de la ciudad para provecho de las clases altas. A diferencia de estas élites, los grupos internos urbanos tienen una visión heterogénea fragmentada y localizada de la ciudad.

En la élite inmobiliaria yucateca, con los nuevos desarrollos urbanísticos, es la hipermodernidad la que predomina y marca el futuro de la ciudad. Según Livopvetsky, la hipermodernidad es aquella condición social donde impera la moda, lo efímero y el individualismo. En estos tiempos de hipermodernidad, el mercado es la nueva ley planetaria.

La Mérida hipermoderna es la ciudad de una élite que expresa sus propios valores y estilos de vida, sin interferencias del pulso de vida de la otra parte de la ciudad –pienso en el Campestre o en la zona de Harbor, por ejemplo–, en contraste con el particularismo de las comunidades, barrios, colonias pobres, del mercado informal fragmentado y la diversidad espacial.

La marcada diferencia entre las ideas sobre lo universal y lo particular (entre la globalización neoliberal y el postmodernismo) en torno de la ciudad, se da a partir de esta polarización socio espacial y cultural, es decir, a partir de cómo los actores viven e identifican la ciudad. La percepción global de las élites es una concepción de ciudad fragmentada.

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La utopía dominante en Mérida

En Mérida, la utopía (dominante) de la nueva ciudad está representada por los empresarios inmobiliarios de cara a la globalización y a la modernidad globalizante. Desafortunadamente son pocos, muy pocos, los que alzan la voz por todo aquello local y valioso que se está destruyendo, como la propia calidad de ciudad, y ni que decir de la calidad del medio ambiente. Los planes de desarrollo del gobierno padecen una enorme pobreza en cuanto a marcar pautas de modernidad. Además, nadie le hace caso a esa letra muerta en la práctica.

Como hemos visto, los paradigmas cambiantes de modernidad constituyen el fundamento en la construcción de las utopías, es el vínculo entre lo existente y lo deseable, tanto desde el punto de vista de las fuerzas hegemónicas, como también desde el punto de vista alternativo de oposición de otras fuerzas sociales en concurso, lo que marca la pauta.

 

La Mérida hipermoderna es la ciudad de una élite que expresa sus propios valores y estilos de vida, sin interferencias del pulso de vida de la otra parte de la ciudad –pienso en el Campestre o en la zona de Harbor, por ejemplo–. Desafortunadamente son pocos, muy pocos, los que alzan la voz por todo aquello local y valioso que se está destruyendo, como la propia calidad de ciudad, y ni que decir de la calidad del medio ambiente.

 Othón Baños Ramírez

Othón Baños Ramírez

Doctor en ciencias sociales con especialidad en sociología. Profesor-investigador Titular «C» del Centro de Investigaciones Regionales «Hideyo Noguchi» de la UADY. Investigador Nacional Nivel II del Sistema Nacional de Investigadores (1988-2022).

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