La contaminada realidad del acuífero peninsular

Abr 28, 2020 | Artículos, Ciudad Sostenible

En diciembre de 2017, especialistas del Centro de Investigación Regional Dr. Hideyo Noguchi de la Universidad Autónoma de Yucatán (UADY) dieron a conocer información relativa a la contaminación de un porcentaje del agua utilizada para el abastecimiento de agua potable de la ciudad de Mérida. Esta contaminación era causada por ooquistes de toxoplasma gondii; los cuales, en las personas se presentan con cuadros parecidos a una gripe persistente (incluso a veces suelen no presentarse síntomas), sin embargo, a la larga afectan al sistema inmunológico y pueden derivar en padecimientos más graves en el sistema nervioso central, los pulmones y el cerebro.

En tanto esto se reportaba en la ciudad de Mérida, en agosto de 2016 investigadores de la UADY dieron a conocer que en el medio rural de Yucatán se había detectado la presencia de agroquímicos en el agua subterránea en profundidades de poco más de 40 metros, en concentraciones 800 veces mayores a los límites establecidos. Esto repercute en el agua de consumo, que en el mejor de los casos sólo pasa un proceso de desinfección por cloración y de ahí a la línea de abastecimiento. Cabe destacar que los agroquímicos se asocian a enfermedades cancerígenas que atacan al sistema nervioso central.

Lo anterior no son noticias alarmistas, sino asuntos reales que no se deben dejar de atender, ya que el abastecimiento de agua para cualquier uso (industrial, agrícola y de agua potable) en el estado de Yucatán depende única y exclusivamente del agua subterránea que se almacena en el acuífero peninsular.

Este gran almacenamiento hídrico tiene su origen en el agua de lluvia, la cual se infiltra en la roca caliza constituida por conchas de pequeñas criaturas marinas que vivieron hace millones de años; las conchas contienen calcio, el cual se va disolviendo poco a poco al infiltrarse el agua en las grietas y fisuras de las rocas, formando pozos verticales, estalactitas y estalagmitas. Lo anterior da origen a un singular tipo de suelo denominado karst, único en el país, que forma un solo cuerpo de agua denominado acuífero de Yucatán. Dicho depósito es dinámico y se está desplazando continuamente a una velocidad estimada de 40 metros por hora para salir finalmente al mar en un sentido preponderante norte-sur. En temporada de lluvias drena radialmente hacia todas direcciones de la costa peninsular. Las zonas cenagosas y los ojos de agua son una muestra palpable del afloramiento del agua subterránea.

Por lo anterior, Yucatán tiene un sitio de privilegio en cuanto a la cantidad de agua almacenada en el subsuelo en comparación con otras regiones nacionales que están agotando sus acuíferos tanto superficiales como subterráneos, en especial las zonas desérticas y semidesérticas del norte del país. No está lejos el día en que habrá que entubar el agua subterránea de Yucatán para enviarla a los estados que lo necesiten, y es en ese momento cuando comenzará el desbalance hídrico peninsular. En contraparte, este sistema es muy frágil y altamente vulnerable a la contaminación natural y antropogénica debido a la poca profundidad que tiene. Como ejemplo, en el sur de Mérida el agua subyace a una profundidad de entre 10 a 20 metros, menos de 10 metros en el norte de Mérida y de 5 metros o menos en una franja de 15 km de ancho paralelo a la costa.

 

Extraer el agua en Yucatán es relativamente sencillo, contaminarla es igual de fácil y rápido, lo medular es que aún no hemos aprendido a aquilatar su valor. Si hablamos sólo de la contaminación provocada por las aguas residuales domésticas sin referirnos a industrias, granjas avícolas y porcícolas (que son altamente contaminantes), veamos un poco de historia. Antes de 1963 Mérida en particular, así como todas las poblaciones del estado, no contaban con agua potable; el abastecimiento era mediante pozos donde se extraía el agua por veletas o norias, o mediante el agua de lluvia que caía en los techos y era almacenada en aljibes. El Presidente Díaz Ordaz en una gira por Yucatán en esa época calificó este método de abastecimiento al decir que los yucatecos consumíamos caldo de microbios.

“En agosto de 2016 investigadores de la UADY dieron a conocer que en el medio rural de Yucatán se había detectado la presencia de agroquímicos en el agua subterránea en profundidades de poco más de 40 metros, en concentraciones 800 veces mayores a los límites establecidos”.

Se inaugura así la planta potabilizadora Mérida I en 1963 cubriendo las necesidades de dotación de agua potable, sin embargo, se olvidó o no se tenían recursos para el saneamiento de las aguas residuales que se generarían a partir de ese momento, por tanto, las aguas negras domésticas comenzaron a verterse en los pozos caseros que hasta ese momento servían para la extracción de agua del consumo diario de las familias, iniciando así la contaminación directa al acuífero.

No fue sino hasta la década de los años 70 cuando se origina la primera legislación sobre el destino de las aguas residuales y con ello se legisló sobre la construcción de fosas sépticas, que por muchos años han sido el método más usado para disponer de las aguas residuales; este sistema, no obstante, adolece de graves deficiencias ya que sólo es un tratamiento primario, un retenedor temporal de sólidos y líquidos, los que a su vez por reboce son enviados a pozos colectores, dando como resultado una contaminación directa al acuífero. Lo anterior se menciona contando con que las fosas sépticas sean herméticas, aunque la realidad es que muchas están rotas y sin mantenimiento, por consiguiente la contaminación de sólidos y líquidos es mayor.

Estamos en el año 2020 y la ciudad de Mérida y todas las poblaciones del estado aún carecen de la infraestructura necesaria para darle un tratamiento adecuado a las aguas residuales, por lo que se sigue contaminando el acuífero peninsular. A falta de dicha infraestructura, de 10 años a la fecha se ha generalizado y obligado el uso de biodigestores para al menos darle un tratamiento secundario a las aguas residuales, pero hay muchas fallas y carencias al respecto.

 

Estudios recientes estiman que la calidad microbiológica del agua subterránea en el estado puede clasificarse como aceptable en un 40%, contaminada en un 25%, peligrosa en un 20% y muy contaminada en un 15%. Con lo rehabilitado y con las plantas de tratamiento que se han construido de 2004 a la fecha, la cobertura actual del saneamiento seguro en el estado de Yucatán es actualmente de 5% respecto a una población de 2 millones de habitantes. Lo anterior ubica al estado en el último lugar nacional en el tratamiento de aguas residuales, de acuerdo al cuadro publicado anualmente por SEMARNAT y CONAGUA denominado: “Situación del Subsector Agua Potable, Drenaje y Saneamiento”. Las comparaciones son incómodas pero los estados de Nuevo León y Aguascalientes ya están en un 100% de cobertura.

¿Falta trabajo por hacer? No cabe la menor duda, y será el siglo XXI el tiempo para ejecutar las acciones que aún faltan. Que quede esto como una convocatoria para estudiantes, maestros e investigadores, así como para las instituciones públicas y privadas de hacer lo que corresponda para proteger y preservar el acuífero. Trabajemos hoy para un mejor futuro.

“Extraer el agua en Yucatán es relativamente sencillo, contaminarla es igual de fácil y rápido”.

Por:

Jorge Alfonso López Gómez. Ingeniero Civil por la UADY, Maestro en Administración Pública por la Universidad Anáhuac Mayab.

 

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