¿Derecho a la ciudad? El espacio físico de la ciudad como campo de batalla.
Empecemos imaginándonos una calle, de esas comunes por las que transitamos todos los días. Una calle de las que existen en cualquier ciudad mexicana. Dos carriles para la circulación plagados de automóviles particulares, motocicletas y vehículos de transporte público. A un lado de esta calle, una banqueta, de esas también comunes, de no más de 90 centímetros de ancho, texturizada y salpicada de postes, registros de instalaciones, remiendos, uno que otro cartel publicitario, incluso un puesto de comida y, por supuesto, con cambios de nivel a lo largo de ella.
Ahora, pongamos en contexto la imagen que ya tenemos y complementémosla con rayos de sol a plomo y, desde luego, una temperatura ambiente de 40 grados. Esto sólo para empezar.
Pensemos en algo disruptivo incluso en estos tiempos hipermodernos: una mujer con su hijo –que aún no tiene autonomía para caminar por lo que debe de estar en brazos–, una pañalera, carriola, un bolso personal o bien con algunas compras. Una mujer que sale de su vivienda localizada en uno de esos fraccionamientos desarrollados bastante lejos del centro de la ciudad, una mujer que requiere ir al centro de la ciudad a hacer un trámite gubernamental, precisamente para la obtención de un servicio que, como tal, promete mejorar su calidad de vida y por ende, la de su familia.
¿Cómo se baja del autobús cuando éste no se pega a la banqueta?, ¿cómo se desplaza por ella cuando la condición física de ésta lo hace casi imposible al no tener rampas que faciliten subir o bajar?, ¿cómo cruza una calle, cuando los tiempos de los semáforos no permiten un cruce pausado y con seguridad? La ciudad es, en este contexto, un campo de batalla, agreste, difícil de tomar. Es una batalla continua, de desgaste, y que parece tener a un claro ganador incluso antes de empezar.
No, la ciudad no es para todas y todos, la ciudad no es universal. La ciudad de hoy ha sido concebida para la producción, para privilegiar a quienes producen y consumen, y para todo aquello que se pudiera considerar como heteronormado. La ciudad, que en su concepción inicial albergaría a la diversidad y permitiría el desarrollo pleno de todas las personas, hoy aún, es una ciudad para unos cuantos. Esta reflexión, es el punto de partida para el cambio.
De lo público a lo privado. De la producción y consumo, al cuidado.
Aunque algunas personas aún nieguen la división cultural del espacio según el género (desde el binarismo), la relación público-producción/con- sumo-masculino, y privado-cuidado-femenino, existe y se ha hecho patente a lo largo de la historia de las ciudades, desde los procesos fundacionales, hasta las tomas de decisiones para su mantenimiento o cuidado, pasando obviamente por el aval de leyes, normas y basándose en políticas públicas que pretenden “borrar” las diferencias y enarbolar la bandera de la equidad y justicia socio-espacial.
Más allá de las buenas intenciones de quienes toman las decisiones en las ciudades, las acciones realizadas en estas no solo han privilegiado la mencionada división socio espacial y su relación con el género, sino que ha reforzado esta condición con la consecuente segregación y marginación. En pocas palabras, se coarta la libertad de quienes son sujetos de cuidado, o bien lo proveen.
Ahora bien, de la calle y la banqueta pasemos a la colonia o fraccionamiento y, para ello, de nuevo un ejemplo. Pensemos que tenemos alguna condición física que nos impide movernos con facilidad y pretendamos que requerimos comprar artículos de consumo diario. ¿Qué tan lejos de mi vivienda se encuentra una tienda de abarrotes?, ¿una frutería o carnicería?, ¿un banco?, ¿una lavandería? ¿A qué distancia cuento con un centro comunitario o de desarrollo social? ¿Cuento con una estancia infantil de calidad cerca de mi vivienda?, ¿y un centro de salud?, ¿existen estos servicios?, ¿están a más de 10 minutos caminando?, ¿tengo parques cerca de mi vivienda donde pueda convivir con otros vecinos, cuidar de mi salud y en donde se pueda jugar con seguridad?, ¿cuánto debo de recorrer para llegar a un parque y en qué condiciones está?
La existencia y ubicación de los servicios requeridos en el día a día son condiciones de relevancia para la concepción de una sociedad que viva en equidad y, consecuentemente, en libertad. Hoy, muchos de estos están dispuestos en los fraccionamientos en espacios a los que se llega con facilidad en automóvil o, en el mejor de los casos, en donde se llega luego de más de 10 minutos de andar. Y esto siempre y cuando los servicios existan. Esto no sería del todo malo, si las condiciones físicas fueran buenas y realmente se privilegiara el andar, la convivencia, el uso colectivo del espacio público y el cuidado.
Sin embargo, la ciudad de hoy, como ámbito de producción y consumo, no considera realmente la distancia que un adulto en plenitud o una persona con alguna condición médica, un infante o, en fin, cualquiera que no cuente con un automóvil, deba de recorrer para poder ser autónomo cotidianamente y libre en su ejercicio de uso de la ciudad y, consecuentemente, en sus derechos básicos como persona.
Una ciudad que no considere en su concepción la perspectiva de género, la inclusión de todas las personas y sus necesidades, realmente está impactando negativamente en mucho más del 50% de la población.
El miedo y la libertad en la ciudad y en la vivienda. Percepciones diferenciadas.
El ejercicio es simple. Basta con preguntar a las mujeres –sin importar la edad– que se encuentran alrededor de una, para saber lo que implica ser mujer en el ámbito público, en la ciudad como tal. Dejar de lado el cuidado directo y realizar acciones de producción y de consumo, salir del ámbito privado y ocupar el público ha hecho que más del 80% de las mujeres en México hayan sido agredidas en su tránsito por la ciudad, por personas de otro sexo, sin importar el día u hora, ni su vestimenta. Estas cifras son igual de alarmantes cuando se hace referencia a la diversidad sexual, o bien a cualquier manifestación o representación de género, raza o credo diferente a lo que se podría considerar como “normalizado” o “heteronormado”. Miedo de transitar solas, miedo de caerse, miedo de ser objeto de una agresión, es una condición transversal a gran parte de la población y, por ende, esta ve limitada su libertad de acción.
Aquí se presenta otro punto de inflexión y reflexión. Doreen Masey, señala –palabras más, palabras menos–: “todo aquello que ocurra en el espacio público, se reproduce y perpetúa en el privado”, lo que genera un círculo complejo y violento en relación al espacio socialmente asignado, en donde lo público/productivo-masculino es violento y lo privado/cuidado-femenino, también.
Ciudades conciliadoras. La perspectiva de género para la acción.
Entender la distinción más allá de las diferencias entre las personas es fundamental para comprender las demandas de espacio en la ciudad. Partir del hecho de que la ciudad no es universal, sino que privilegia los patrones de consumo y de producción muy por encima de las actividades de cuidado, es básico para replantear los sitios en donde estamos viviendo y pretendemos convivir.
La perspectiva de género, como cuerpo teórico-herramental, permite realizar propuestas integradoras, en donde la población en general pueda tener posibilidad de hacer uso del espacio en condiciones de igualdad, ejerciendo el derecho a la ciudad, en donde las madres, quien cuida y es cuidado, y los grupos de amistades se fortalezcan, en donde el miedo se deje a un lado y, obviamente, en donde cada individuo, en lo esencial, se desarrolle plenamente, para sí y para los demás.
La integración de la perspectiva de género para la evaluación, diseño y gestión de la ciudad, es la herramienta para el cambio urgente de este y, consecuentemente, simiente para una mejor sociedad.
«Una ciudad que no considere en su concepción la perspectiva de género, la inclusión de todas las personas y sus necesidades, realmente está impactando negativamente en mucho más del 50% de la población».
Gladys N. Arana López
Arquitecta y Maestra en Arquitectura por la UADY. Doctora en Arquitectura por la UMSNH. Docente e investigadora en la Facultad de Arquitectura de la Universidad Autónoma de Yucatán.
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