En este breve artículo nos proponemos caracterizar el proceso reciente de crecimiento urbano del territorio municipal de Mérida, aquel ubicado más allá del anillo periférico, vialidad que fungió durante décadas como borde de la ciudad y límite normativo de la expansión de nuevos fraccionamientos. Desde luego, este esfuerzo se limitará a un esbozo de los rasgos principales del proceso. La problemática del crecimiento periurbano es todo un campo de investigación ante la inusitada expansión que trajo la política neoliberal en el devenir de las ciudades mexicanas desde 1980. Mérida y su región se han reconocido como una singularidad en el contexto urbano nacional, y los procesos de periurbanización llaman tanto la atención académica como la metropolización lo hizo a fines del siglo XX.
Para los fines de este trabajo, tomaremos como hilo conductor este conjunto de interrogantes:
¿Cuánto se ha expandido la urbanización en el territorio municipal más allá del anillo periférico?
¿Cuál es la proporción de población municipal que habita esta corona periurbana en comisarías y fraccionamientos?
¿Qué tendencias muestra este poblamiento?
¿Cuáles son las consecuencias de este fenómeno en la relación entre los tradicionales asentamientos rurales (comisarías y subcomisarías) y los nuevos conjuntos habitacionales?
La expansión reciente y sus modalidades
El crecimiento urbano de la ciudad de Mérida se expandió más allá del anillo periférico al despuntar el presente siglo. Desde décadas atrás, el peculiar patrón expansivo de la ciudad fue dando origen a una configuración difusa y fragmentada que se aceleró notablemente con el agotamiento de la reserva territorial, la privatización de los ejidos favorecida por la Ley Agraria de 1992 y un nuevo plan director que permitió desde 2003 el desarrollo de fraccionamientos más allá del anillo periférico que fungió como límite o borde urbano desde el primer plan de 1982.
Bajo estas condiciones surgió un poderoso mercado inmobiliario que sometió al territorio periurbano a fuertes presiones de privatización del suelo, lo que desarrolló polígonos de tamaño considerable, como Ciudad Caucel y Las Américas, entre los primeros, e inmigración de nuevos vecinos a localidades rurales cercanas como Cholul y Caucel, atraídos por el bajo precio del suelo o por la oferta de empleo no agrícola en la ciudad.
Ya para 2010, once comisarías presentaban un visible grado de urbanización y tendencias de cambio socioespacial con nuevos vecindarios, un estilo de vida y consumo más urbano, conflictos viales por la irrupción del automóvil y patrones de empleo dependientes de la ciudad central y sus sectores de actividad industrial y de servicios. En conjunto, albergaban 33,895 habitantes y algunas, como Caucel, Cholul, Komchén, Chablekal y San José Tzal, ya superaban los 3,500 habitantes. En 2020, el conjunto de comisarías y subcomisarías contaba con 78,830 habitantes, el 7.9 % de la población municipal. Destacan entre ellas Cholul (11,745), Caucel (8,823), Komchén (5,598) y Chablekal (5,034) como las más grandes.
De manera paralela, en el territorio circunvecino fueron apareciendo conjuntos habitacionales que incrementaron el poblamiento y el cambio urbano que hoy observamos. Desde fraccionamientos de vivienda social y media, hasta conjuntos residenciales cerrados, el territorio se fue cubriendo con una constelación de núcleos aislados, cada vez más distantes y desordenados que colindan con usos incompatibles como granjas avícolas y porcícolas, fábricas de materiales de construcción, parques industriales, grandes complejos de bodegas, zonas arqueológicas y reservas de flora y fauna. En 2020, estos conjuntos habitacionales albergaban 157,790 habitantes que representaban el 15.8 % de los 995,129 pobladores del municipio. Los más grandes en población y vivienda son Ciudad Caucel (48,568 habitantes y 21,072 viviendas), Las Américas (27,392 y 13,021), Ciudad Caucel II (20,288 y 10,018), Los Héroes (15,090 y 6,456), Gran Santa Fe (9,758 y 4,722) y Gran San Pedro Cholul (3,352 y 1,584).
La expansión reciente del uso habitacional -sin considerar los otros usos no habitacionales- ya sumaba en 2020 una superficie urbanizada de 3,950 has. en los fraccionamientos, con un parque de 68,703 viviendas. En cuanto a las comisarías, un análisis de fotografía satelital y aérea de las doce más importantes nos arrojó una superficie de 3,113 has. hoy en día. Las más extensas son Cholul (636 has.), Caucel (511), Komchén (333), Chichí Suárez (267), San José Tzal (266), Chablekal (264) y Sitpach (227).
Más allá del anillo periférico, fueron apareciendo conjuntos habitacionales que, para el año 2020, albergaban 157,790 habitantes, que representaban el 15.8 % de los 995,129 pobladores del municipio de Mérida.
Las tendencias de poblamiento significativas
Los conjuntos habitacionales no dejan de aparecer. Algunos son nuevos, como La Floresta al oriente de Mérida, y otros consisten en ampliaciones o nuevas etapas de conjuntos existentes, como en Los Héroes, Las Américas, Santa Fe y Real Montejo. Otros se difuminan por todos los rumbos del territorio, especialmente en el norte, donde los conjuntos cerrados de gama media y alta proliferan en las vecindades de Temozón Norte, Tamanché, Dzibilchaltún, Xcunyá y Chablekal; en torno a clubes de golf, complejos de consumo como La Isla, y núcleos de educación superior públicos y privados; al igual que en las colindancias de comisarías contiguas al periférico como Cholul, Chichí Suárez, Santa Gertrudis Copó, Dzityá y Caucel. En el sur, pese a las restricciones que impone la reserva ecológica de Cuxtal, también aparecen fraccionamientos y asentamientos populares en las colindancias con el periférico y con las carreteras a San José Tzal e Xmatkuil.
La influencia de los conjuntos habitacionales, y la presión inmobiliaria, hacen que algunas comisarías presenten tasas de crecimiento demográfico muy altas entre los años 2010 y 2020 –como Cholul con 7.2% de crecimiento medio anual, Xcumpich con 14.2% o Chichí Suárez con 13.3%–, lo cual se traducirá en desafíos importantes a corto plazo. Con esas tasas, Cholul duplicaría su población en diez años, mientras que Xcumpich y Chichí Suárez lo harían en sólo cinco.
El reciente auge constructivo de enormes torres de condominios, oficinas y hoteles en Cholul, Santa Gertrudis Copó e Xcumpich, principalmente, está elevando peligrosamente la densidad urbana y la consiguiente demanda de redes de infraestructura y servicios públicos. Xcumpich, ligado al dinámico Centro de Convenciones Siglo XXI, presenta en 2023 una densidad de 43.2 hab/ha., superior a la de la ciudad en su conjunto. Santa Gertrudis Copó tiene 24.8 hab/ha. y Cholul 22.7 hab/ha.
La influencia de los conjuntos habitacionales, y la presión inmobiliaria, hacen que algunas comisarías presenten tasas de crecimiento demográfico muy altas entre los años 2010 y 2020 –como Cholul con 7.2% de crecimiento medio anual, Xcumpich con 14.2% o Chichí Suárez con 13.3%–, lo cual se traducirá en desafíos importantes a corto plazo. Con esas tasas, Cholul duplicaría su población en diez años, mientras que Xcumpich y Chichí Suárez lo harían en sólo cinco.
Las comisarías con rango indiscutiblemente urbano (2,500 y más habitantes según INEGI) ya eran siete en 2020 y diez en 2023, según nuestras proyecciones con la tasa 2010-2020.
Lotificación sin servicios ni infraestructura
Entre las tendencias de ocupación del territorio más amenazantes, destacamos la incontrolable proliferación de lotificaciones sin servicios ni infraestructura, cuya urbanización no es viable a corto ni mediano plazo. Estos cientos de hectáreas que representan los fraudulentos “lotes de inversión”, han fragmentado el territorio y distorsionado en grado sumo el mercado inmobiliario formal, el cual ya tomó la modalidad de “ciudades de inversión”, es decir, grandes complejos distantes y desprovistos de viabilidad urbana. Los más importantes están en los bordes de la ciénaga en los límites municipales con Progreso. Resta decir que este nocivo fenómeno afecta al territorio metropolitano en su conjunto, e incluye a Conkal, Kanasín, Umán y otros municipios cercanos.
El acercamiento de conjuntos habitacionales a los límites de la sabana y el litoral costero, implica severos riesgos de inundación, debido a la cercanía del manto freático y la incidencia de tormentas severas en verano y otoño. Ejemplo de esto fue el extenso fraccionamiento Las Américas y otras urbanizaciones cercanas, como los clubes de golf, que se inundaron por varios días en 2020.
Entre las tendencias de ocupación del territorio más amenazantes, destacamos la incontrolable proliferación de lotificaciones sin servicios ni infraestructura, cuya urbanización no es viable a corto ni mediano plazo. Estos cientos de hectáreas que representan los fraudulentos “lotes de inversión”, han fragmentado el territorio y distorsionado en grado sumo el mercado inmobiliario formal.
Una difícil convivencia. Comisarías, fraccionamientos y polígonos no habitacionales.
Sin entrar en un análisis más profundo y cuantificado, imposible en los límites de este trabajo, anotaremos los rasgos urbanos más problemáticos que se derivan de esta emergente configuración territorial y que requieren un ulterior desarrollo por parte de los intereses gubernamentales y académicos:
Fuerte carencia de suelo para asentamientos de bajo ingreso y carestía de la vivienda social. Las superficies de los núcleos ejidales, cuyos pueblos son comisarías y subcomisarías, se han transferido al mercado privado de tierras. Primero fue la superficie parcelada, luego la de beneficio común y, más recientemente, la de asentamiento humano. De este modo, a las generaciones descendientes de esos ejidatarios originales, sin el ahorro suficiente para adquirir suelo o vivienda, no les queda más alternativa que el hacinamiento familiar. En algunos casos ya tienen dificultades para ampliar su panteón.
Conflictos por incompatibilidades en el uso del suelo. La vivienda rural tradicional ha sido fuertemente influida por tipologías más modernas e industrializadas de vivienda; los solares vernáculos han prácticamente desaparecido y surgen los segundos niveles y otros usos de la vivienda. La mezcla de usos del suelo, antes habitacional, genera roces con conjuntos cerrados, comercios, escuelas, restaurantes, gimnasios, talleres automotrices, lavanderías, bares, entre otros; incluso es aún más preocupante, la incompatibilidad de las granjas porcícolas instauradas cercanas a los poblados, como Santa María Chí, las cuales generan contaminación por desechos en el manto freático y malos olores en las zonas aledañas.
Verticalización. El auge de altas torres de condominio, oficinas y hoteles ha cambiado el perfil de comisarías como Xcumpich, Cholul y Santa Gertrudis Copó. Su brutal gravitación en las redes de energía eléctrica y agua potable ya desató conflictos vecinales en los que intervienen, no sólo los pobladores originarios, sino también los nuevos vecinos.
Congestionamiento vial. La irrupción de automóviles y motocicletas, imprescindibles en los flujos metropolitanos con la ciudad central, se está dando en trazados netamente rurales con calles estrechas, inexistencia de banquetas, lotes tipo de frente estrecho que no permiten garajes, multitud de bicicletas y peatones, y circulaciones de doble sentido. Todo ello genera enfrentamientos que desgastan el tejido social originario. A esto, debemos añadir el grave atascamiento vehicular que se da en los accesos carreteros al anillo periférico, puerta de la ciudad. Los embotellamientos en los accesos de las carreteras de Caucel-Ciudad Caucel, Dzityá-Las Américas, Progreso-Clubes de golf, Cholul, Motul-Gran San Pedro Cholul, Kanasín-Cancún, Tixkokob-Los Héroes, Xmatkuil, San José Tzal-Leona Vicario, son cada vez más nutridos y prolongados.
Transporte foráneo caro y deficiente. Pese a un notable crecimiento en la demanda, debido a un mercado de empleo y estilo de vida cada vez más metropolitano, los pobladores tradicionales pasan serios problemas en sus traslados pueblo-ciudad mediante combis y minibuses. A las escasas frecuencias, desatención nocturna y transbordos en comisarías más grandes, se suman tarifas más altas que en la ciudad. Las más alejadas y desconectadas como Sierra Papacal, Dzidzilché, Santa María Chí y otras, tienen que acudir al riesgoso uso de mototaxis.
La convivencia vecinal se dificulta por el choque cultural y los contrastes de ingreso. Las festividades religiosas tradicionales se volvieron sangrientos torneos de lazo y bailes de perreo y cerveza; los gremios empobrecieron y están desapareciendo junto con sus bordados estandartes; el modo de vestir abandonó el caro bordado de las mujeres por ropa genérica de grandes almacenes; en los hombres desaparecieron el color blanco, los sombreros, las alpargatas y aparecieron los tenis, las gorras, los jeans y las camisetas; las tiendas de esquina y los mercaditos fueron desplazados por las tiendas de conveniencia 24 horas y el ritmo cotidiano ocio-trabajo cedió al ritmo hebdomadario que redujo la recreación y la convivencia familiar los fines de semana. En fin, este abigarrado recuento sólo pretende prefigurar el profundo cambio sociocultural que vino aparejado con la rápida urbanización y la vida metropolitana.
*Fotografías cortesía del Laboratorio Urbano de la Universidad Modelo.
La irrupción de automóviles y motocicletas, imprescindibles en los flujos metropolitanos con la ciudad central, se está dando en trazados netamente rurales con calles estrechas, inexistencia de banquetas, lotes tipo de frente estrecho que no permiten garajes, multitud de bicicletas y peatones, y circulaciones de doble sentido.