En muchas ciudades del estado, las glorietas se han convertido en un punto de conflicto cotidiano. Allí donde no existen semáforos, los conductores quedan a expensas de la cortesía, de la prudencia con la velocidad, de una oportunidad fortuita o, en el mejor de los casos, de la intervención de un agente de tránsito.
El problema trasciende el simple hecho de avanzar o detenerse. Se trata de conocer cómo funcionan las glorietas y respetar las reglas que las hacen seguras. Identificar el carril correcto para la salida no es un detalle menor: es la diferencia entre un flujo ordenado y un accidente. Y, lamentablemente, es en las glorietas donde se pone a prueba si realmente sabemos manejar.
La interacción entre motociclistas y automovilistas muestra con crudeza las carencias de nuestra cultura vial. Unos dudan demasiado antes de entrar, generando fricciones. Otros, sin medir el riesgo, ingresan con exceso de velocidad en vueltas cerradas. Ambas posturas, la pasividad extrema o la imprudencia total, terminan siendo igual de peligrosas.

Ya dentro de la glorieta, la confusión aumenta: ¿qué carril debo tomar para salir? No es raro ver a conductores cruzando de forma intempestiva desde un carril inadecuado, obligando a otros a frenar de golpe o realizar maniobras arriesgadas. Lo que debería ser un sistema ágil de movilidad se transforma, así, en un espacio de alto riesgo.
Lo más preocupante es la ausencia de consecuencias claras. Hoy en día las sanciones por un mal uso de la glorieta son prácticamente inexistentes. A esta falta de regulación efectiva se suma la poca educación vial, creando un cóctel que expone diariamente a quienes transitan entre el “pasar o ser golpeado”… o incluso, a poner en riesgo la vida misma.
Si queremos ciudades más seguras es urgente replantear el papel de las glorietas en nuestra red vial: campañas de educación, rediseños geométricos, señalización adecuada y, sobre todo, una autoridad que haga cumplir las reglas. Sólo así dejaremos de depender del azar o de la amabilidad, y convertiremos a la glorieta en lo que debe ser: un punto de fluidez, no de peligro.
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