Desde el inicio de su construcción, el Tren Maya ha estado enfrentando oposición de diversos grupos ambientalistas y defensores de los derechos humanos, que incluso han intentado infructuosamente detener su avance mediante los diversos instrumentos legales que el marco jurídico de nuestro país pone a su alcance.
Por otro lado, la persistencia del presidente de lograr a como dé lugar la conclusión de uno de sus proyectos insignia, ha opuesto toda la fuerza del estado para vencer esos intentos de detenerlo, llegando al grado de tener que declarar dicha obra como asunto de seguridad nacional, para blindarlo ante dichas acciones.
El presidente López ha descalificado a los grupos opositores insultándolos, llamándolos seudo ambientalistas y manifestando que tienen como único interés el de dañar el avance de su llamada cuarta transformación. Sin concederle la razón totalmente, aceptemos que quizás es posible que algunos de esos grupos en realidad obedezcan a intereses políticos y económicos, y que para ello se valgan de los daños medioambientales evidentes que ya está generando esa obra.
Aquí el asunto es que, para hacer un análisis absolutamente desprovisto de intereses y que sea realmente objetivo, habría que partir de la base de que todo proyecto de infraestructura, grande o pequeño, tiene necesariamente un impacto en la naturaleza. Más aún, la sola presencia del ser humano en La Tierra, incide en el ecosistema alterando su balance.
Por lo tanto, y teniendo en cuenta que es justo, lícito, y éticamente válido tomar recursos de la naturaleza de manera sostenible para elevar nuestra calidad de vida, entonces se vuelve necesario evaluar los impactos y los riesgos de cualquier proyecto, contrastarlos con la posibilidad de llevar a cabo acciones que los mitiguen, y comparar los costos contra los beneficios.
En este sentido, cobra importancia por estar libre de cualquier sesgo, un amplio e innovador estudio llevado a cabo por el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (UNEP), en el cual por primera vez en la historia revisa los riesgos ecológicos y los beneficios económicos de todos los proyectos de infraestructura de transporte, específicamente carreteras y vías férreas planeados o que se encuentran ya en ejecución en 137 países del mundo, con enfoque en el impacto que tienen los trabajos de construcción en el medio ambiente, la población, los seres humanos y la vida silvestre.
Adicionalmente han confrontado los impactos, con los beneficios previstos de tales proyectos en las economías locales, y su potencial de elevar el producto interno bruto nacional.
El estudio concluye que la totalidad de estas obras, liberarán a la atmósfera 883 millones de toneladas de carbono y 1.17 millones de toneladas de nitrógeno que estaban almacenadas en los árboles y la vegetación eliminada. Asimismo, los trabajos de construcción impactarán alrededor de 60,000 kilómetros de áreas protegidas o que son esenciales para la biodiversidad, lo que podría acelerar el declive de las especies.
En contraposición, los proyectos tienen el potencial de generar 2.4 millones de nuevos empleos globalmente, y tener un impacto positivo en el Producto Interno Bruto, que en los países en desarrollo podría ser de hasta un 1.3 por ciento.
Andy Arnell, uno de los líderes de este estudio opina que la infraestructura de transporte bien planeada es crucial para el desarrollo humano, sin embargo, la expansión continúa imponiendo una enorme amenaza a la naturaleza, de modo que considera crucial que los gobiernos nacionales y los líderes de la industria de la construcción sean capaces de ponderar sus consecuencias ecológicas, contra los beneficios sociales y económicos.
Los encargados del estudio, desarrollaron una herramienta disponible en línea, en la que se muestran los valores de riesgo y beneficio de cada uno de esos proyectos en todo el mundo, incluido por supuesto el Tren Maya, el cual presenta sus mayores impactos y riesgos precisamente en la liberación de carbono que ya estaba almacenado en la vegetación existente, y la amenaza para la biodiversidad, así como el impacto en el acuífero.
Por otro lado, el Tren Maya ha carecido desde el principio de una buena planeación, y se ha estado desarrollando mediante sucesivas improvisaciones y ocurrencias, que ponen en duda la magnitud y alcance de sus beneficios económicos y sociales.
En conclusión, es un proyecto de medio a alto riesgo ecológico, con un bajo potencial de generar beneficios sociales y económicos, si es que algún día llega a terminarse.