La palabra juventud nos lleva a pensar en energía, vitalidad, novedad y, por supuesto, futuro. Los jóvenes son y han sido siempre la promesa de un mejor mañana, de generar nuevas ideas y proponer transformaciones que nos lleven a un mundo mejor.
Cada generación está marcada por diversos sucesos sociales, culturales, artísticos o económicos que provocan la reacción de los jóvenes ante su entorno o realidad. Estos jóvenes, a su vez, proponen, critican o se revelan. Justo ese es el trabajo de la juventud, crear discursos, ideas, espacios o modas, que planteen cómo quieren que sea el mañana.
Hoy, la juventud parece no ser tan sencilla de definir, y para otras generaciones es difícil describir la identidad de la nueva generación. Jóvenes que crecieron en un mundo de dispositivos inteligentes y gran cantidad de herramientas que nos ofrecen diversidad de soluciones. Son la generación Z o posmilenial, también catalogados como centenial por haber venido al mundo en pleno cambio de siglo. Los mayores son del año 1995, mientras que los más pequeños nacieron en el 2010.
¿Pero, quiénes son la generación actual denominada “Z”?
Son una generación marcada por el Internet, pues forma parte de su vida. Influye contundentemente en su educación, en sus procesos de aprendizaje, en su comunicación o en su manera de socializar. Una generación muy criticada, por haber crecido entre dispositivos inteligentes y, para muchos, por estar sobreinformada y manifestar una excesiva intolerancia a temáticas socioemocionales.
Les llaman la generación de cristal, aludiendo a la fragilidad con la que reaccionan ante algunas circunstancias y a la manifestación, sin filtros, de sus sensibilidades.
Aun así, son muchas las ventajas que podríamos señalar que impactan directamente a este grupo de jóvenes. Probablemente el acceso a la información sea la más evidente. Información escrita, visual, auditiva, sobre cualquier tema a nivel global, aplicaciones que resuelven infinidad de necesidades, tutoriales, inteligencia artificial.
Con todo esto, es fácil cuestionarnos si están desarrollando su creatividad. Es justo este punto el que parece interesante analizar. Los jóvenes han dejado de usar al máximo su capacidad creativa. Para un estudiante, hoy es cada vez más rápido resolver sus desafíos, acortando, o incluso dejando, el proceso creativo.
La importancia del proceso creativo en el desarrollo
El proceso creativo es la serie de fases que nos llevan a hacer realidad una idea. En este proceso se explora, se imagina, se duda, se descarta. La creatividad es una condición necesaria para el ser humano. Pero, para encontrarla, hay que ser curiosos, conocer los límites, investigar, asociar, comparar, despertar posibilidades para poder entonces aterrizar, construir, estructurar y concretar.
En una definición más clara del autor Edward De Bono, el proceso creativo es el resultado de un sistema de procesos cognitivos que combina la capacidad de generar ideas o productos creativos.
Bajo este proceso, el humano encuentra soluciones a muchos desafíos a lo largo de su vida. Entonces, podemos suponer que la creatividad es una capacidad necesaria.
Entonces, con tantas facilidades para resolver necesidades por medio de la tecnología, nos preguntamos si la juventud está usando su creatividad, cuando ahora con un clic podemos obtener respuestas, resultados y creaciones que arrojen justo lo que buscamos.
Con tantas facilidades para resolver necesidades por medio de la tecnología, nos preguntamos si la juventud está usando su creatividad, cuando ahora con un clic podemos obtener respuestas, resultados y creaciones que arrojen justo lo que buscamos.
Si bien la tecnología puede favorecer en infinidad de ámbitos, es verdad que ha limitado o inhibido algunas de nuestras prácticas, como la de desarrollar un proceso creativo que nos permita incrementar capacidades y virtudes como la resolución de problemas, el análisis, asumir riesgos, experimentar, aportar, proponer, investigar, desarrollar o crear. En fin, limita la obtención de cualidades que sirven para crecer y afrontar retos y conflictos.
¿Cómo compensar el alejamiento de estos procesos, cómo aprovechar las bondades de estos tiempos en una etapa de vida que pasa rápido y que es esencial para desarrollarse al máximo? La educación, el deporte y, por supuesto, el arte, siempre estarán entre las respuestas.
Practicar arte en la niñez o en la juventud aumenta el entusiasmo, incrementa la percepción del entorno y genera flexibilidad de pensamiento, permite la comunicación y desarrolla la tolerancia y la empatía.
El cerebro y el arte
Balmaceda Arte Joven, una institución chilena dedicada a las artes con actividades para jóvenes, comparte que existe un cerebro artístico y expone que, según el autor Posner, la música se procesa en la corteza auditiva que está en el lóbulo temporal, las artes que conllevan movimiento como el baile o el teatro activan la corteza motora, las artes visuales como la pintura se procesan principalmente en los lóbulos occipital y temporal, mientras que la poesía o la prosa implican a las áreas de Broca y Wernicke relacionadas con el procesamiento lingüístico. (Posner et al., 2008).
Un niño o un joven que practica arte o se acerca a él y a sus procesos, siempre tendrá este equilibrio en el desarrollo y desempeño de sus habilidades. Hoy los jóvenes viven el desafío de mantener una vida integral, a pesar de lo seductor que es estar pegado a la tecnología o incluso depender de ella. En nuestro país se le dedica únicamente 1 hora a la semana a la educación artística, a nivel básico, y solo quienes tienen posibilidad acceden a clases extracurriculares como complemento a su formación.
Por eso es importante generar cada vez más espacios para los jóvenes dentro del arte, la cultura o el deporte. No se trata de competir con la tecnología, se trata de sumar a su desarrollo, de mejorar su criterio para el uso de la misma.
Se dice que a esta generación le falta paciencia, compromiso o empatía… habría que acercarse a ellos y conocer cómo viven sus procesos y cómo mejorarlos. Entonces, nos daríamos cuenta de que estamos frente a una generación transformadora a la que, a pesar de la saturación de información y a las desventajas por el abuso de la tecnología, la define el cambio, el cuestionamiento, la libre expresión y la conciencia.
Quizá lo único que les falta sea un poco más de esperanza.
Practicar arte en la niñez o en la juventud aumenta el entusiasmo, incrementa la percepción del entorno y genera flexibilidad de pensamiento, permite la comunicación y desarrolla la tolerancia y la empatía.