“Reflexiones sobre la potencia motriz del fuego y sobre las máquinas adecuadas para desarrollar esta potencia” es el nombre de la obra en la que su autor, el físico e ingeniero francés Nicolás Léonard Sadi Carnot, propuso el primer principio de la termodinámica hace ya casi 200 años (1824). Esta obra no fue comprendida inicialmente por los científicos de aquella época, así que tuvo que ser hasta la década de 1840-1850 que, con las aportaciones de varios afamados físicos, se fue desarrollando esta ley, para que finalmente el alemán Rudolf Julius Emmanuel Clausius y el británico William Thomson (Lord Kelvin), enunciaran y formularan, de manera formal y matemática, las bases de la termodinámica, cuyo primer principio establece que, la energía total del universo no se crea ni se destruye, solo se transforma.
Con el paso de los años, la energía se ha convertido en uno de los sectores estratégicos de mayor y más amplio impacto en todas las ramas de la economía a nivel global, y lo seguirá siendo con más intensidad aún, por un buen tiempo en el futuro. Esto ha quedado más que evidente ahora que el mundo está sumergido en una crisis energética debido a la invasión rusa en Ucrania, y a muchos otros factores que impactan en su disponibilidad, seguridad y sostenibilidad.
Resolver la ecuación energética se ha convertido en la mayor preocupación de gobiernos, inversionistas, tomadores de decisiones, formuladores de políticas públicas, empresas del servicio público de electricidad, compradores, proveedores de servicios, usuarios consumidores, y todas las demás partes interesadas. Además, hacerlo al mismo tiempo que se descarboniza al sector en su totalidad en un período menor a 3 décadas, es un desafío tan complejo como fundamental para lograr cerrar la brecha de desigualdad económica y social, garantizando la supervivencia de la especie humana en este planeta.
Una gran parte de la solución, tiene que pasar necesariamente por los grandes sistemas de almacenamiento de la energía, una formidable disrupción tecnológica a la que aún no se ha dado el verdadero valor que tiene, debido a que no se ha comprendido a cabalidad el papel que puede jugar como la gran reguladora de precios, o más bien reductora de los mismos, al ser capaz de brindar servicios conexos a las redes eléctricas, de manera más eficiente, segura, constante y sobre todo más barata, que cualquier otra tecnología que consuma combustibles fósiles inventada hasta hoy.
Por la manera como están estructurados los mercados de electricidad en el mundo, se necesita una relativamente pequeña capacidad de almacenamiento, para impactar positivamente y alcanzar reducciones significativas. Por ejemplo, el 4 de abril de este año en Francia, se alcanzó a las 8 de la mañana un precio de 2,987 euros por MWh y se comercializaron alrededor de 30 GWh a este precio. Si ese día se hubiera tenido una capacidad de almacenamiento de tan solo .7 GWh, el precio hubiera sido de alrededor de 450 euros por MWh, y los consumidores franceses hubieran ahorrado 75 millones de euros.
Es cierto, la energía no se crea ni se destruye, ¡pero sí podemos almacenarla y beneficiarnos de ello!