Yucatán no sufre por la falta de proyectos, sino por la falta de continuidad y de una narrativa compartida sobre el futuro de nuestras ciudades.
Problemas visibles: la movilidad como síntoma
En los últimos meses, dos temas urbanos se han vuelto controversiales y muy comentados en Yucatán: el sistema de transporte público Va y Ven, y la infraestructura ciclista y peatonal del Paseo de Montejo.
De ambos proyectos se ha hablado ampliamente, y en MetrópoliMid los hemos analizado con detalle. Pero hoy no quiero detenerme en los aspectos técnicos ni en su rentabilidad o sostenibilidad. Prefiero dar unos pasos atrás y observar algo más profundo y alarmante: los síntomas de una ciudad que no sabe hacia dónde va.
Hace unos años se intervinieron las avenidas principales con ciclovías, isletas peatonales, señalética y mobiliario urbano destinado a fomentar la movilidad activa. Al mismo tiempo, el nuevo sistema Va y Ven prometía modernizar el transporte con unidades más limpias, pagos digitales y una apuesta por la electromovilidad. Ambos proyectos representaron inversiones millonarias y fueron presentados como pasos decisivos hacia un modelo urbano más sostenible.
Hoy, sin embargo, ambos proyectos tienen otra cosa en común: están siendo amenazados con desaparecer. Lo que se celebró por muchos como símbolo de avance, ahora se discute como error. Se habla de desmantelar, modificar o revertir. Más allá del debate técnico, esto es una señal de algo más profundo: Mérida —y Yucatán— parecen no saber qué rumbo tomar.
Causas de fondo: la desconexión entre sociedad y territorio
Más allá de las pérdidas económicas, el verdadero problema es la ruptura entre la visión del territorio y la sociedad que lo habita. Los sistemas urbanos no funcionan a partir de decisiones aisladas, requieren continuidad, coherencia y voluntad política sostenida.
La movilidad es un ejemplo muy claro de esto: el transporte público no puede modernizarse por partes; las ciclovías no pueden ser esfuerzos desconectados. Ambos requieren planearse e implementarse como redes que vinculen barrios, centros laborales y espacios públicos. Sin embargo, nuestras políticas urbanas van y regresan de una postura a otra, proyectos que se realizan para desmantelarse después… y el resultado es una ciudad construida a pedazos.

No es que el modelo de ciudad que elegimos esté mal, es que ni siquiera hemos sabido elegir uno
Lo más grave no es haber elegido mal, sino no haber elegido nada. Reitero, no hablamos de si es mejor una ciudad centrada en el auto, en el peatón o en el ciclista, o si es preferible que sea compacta u horizontal… hablamos, más bien, de que no estamos planeando ni desarrollando ningún modelo de ciudad. En otras palabras: no es que el modelo de ciudad que elegimos esté mal, es que ni siquiera hemos sabido elegir uno.
Presumimos edificios cada vez más altos y mixtos, pero al mismo tiempo seguimos extendiendo la mancha urbana, reduciendo densidad y conectividad. Invertimos en ciclovías un año y al siguiente las quitamos. No sabemos si apostar al espacio público o a los autos, si transformar el centro histórico o preservarlo, si expandirnos o proteger nuestras comisarías.
No hay una narrativa común sobre el futuro urbano: ni en las políticas públicas ni en la conversación ciudadana. Y cuando una sociedad no comparte una visión de ciudad, cualquier decisión se convierte en campo de batalla, como hemos visto en foros, encuentros y redes sociales.
Por ello, parte del problema también está en nosotros, los ciudadanos: exigimos modernidad, pero rechazamos los cambios. Nos indignan las obras mientras ocurren, las olvidamos cuando se inauguran, y tampoco nos ponemos de acuerdo del tipo de ciudades que queremos.
La verdadera ciudad no se construye con cemento, sino con visión y consenso
No se trata de decidir si Mérida debe ser una ciudad para el automóvil o para la bicicleta, compacta o dispersa, moderna o patrimonial. Se trata, ante todo, de definir qué tipo de ciudad queremos construir juntos y sostener esa visión más allá de las coyunturas políticas. En este contexto, las iniciativas de Diseño Participativo y Presupuesto Participativo del Ayuntamiento de Mérida son ejemplos positivos de mecanismos de participación ciudadana en la construcción de ciudad, y deberían de expandirse a otros aspectos de la administración pública y a otras escalas.
La verdadera ciudad no se construye con cemento, sino con visión y consenso. Mientras no tengamos claro el Yucatán que queremos, cualquier obra —por ambiciosa que sea— seguirá siendo sólo un fragmento que oscile con el tiempo.
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