“Tal vez yo no debería ser pescador, pero para eso he nacido”
– Santiago, en “El Viejo y el Mar” de Ernest Hemingway.
Se define la pobreza, como la circunstancia en la que se encuentra una persona, que le impide satisfacer sus necesidades mas básicas, tanto físicas como psicológicas, debido principalmente a la carencia o deficiencia de ciertos recursos, tales como acceso a electricidad, agua potable, servicios sanitarios, educación, vivienda o alimentación. Algunos países utilizan métodos diferentes para cuantificar y llevar una estadística confiable de la pobreza, pero la métrica mas frecuentemente utilizada es aquella que emitió en 2015 el Banco Mundial, que establece la línea de pobreza, en contar con un ingreso de 3.1 dólares diarios, y la de pobreza extrema o indigencia, en 1.9 dólares.
Después del famoso “error de diciembre” en el año 1994, nuestro país enfrentó una severa y profunda crisis económica y financiera. En ese entonces yo era un joven empresario que luchaba por hacer crecer una pequeña constructora y alcanzar el éxito. Quizás estaba en el camino correcto, pero indudablemente también había cometido errores, como por ejemplo haber confiado demasiado en el endeudamiento para apalancar ese añorado crecimiento. Ante el colapso del sistema bancario, que derivó en altas tasas de interés, y una reducción drástica de los ingresos en mi negocio, (recordemos que la industria de la construcción es usualmente la primera y la más afectada de las industrias en una crisis), me encontré de repente ante una situación de quiebra técnica. Con el producto de la venta de todos mis pocos bienes, no alcanzaba a pagar mis abultadas deudas.
Este fue uno de los episodios mas difíciles que he tenido que enfrentar en mi vida, pero también uno de los más aleccionadores. El único sostén emocional al que pude asirme, fue mi familia, mi esposa, nuestro primer bebé, mis padres y su incondicional apoyo. Llevar a mi hijo por las mañanas a la guardería, sentado en mis piernas, a bordo de el único vehículo que conservé para poder seguir trabajando, una destartalada y vieja camioneta estaquitas, significó para mi el oxígeno que me permitió mantenerme firme en la recuperación. Hoy aquel bebé, y otro más que llegó después, son Arquitectos, y colaboran en la empresa familiar. Mi hija menor, aún está por concluir la educación preparatoria.
Relato este episodio estrictamente personal, porque muchas veces he reflexionado acerca de que durante ese tiempo, fui por definición, un pobre más, de los millones que hay en México. Mis ingresos no llegaban ni siquiera a los 1.9 dólares diarios, lo cual me definiría hoy como un indigente. Es más, mis deudas eran significativamente mayores a mis activos, mi situación personal se encontraba en números rojos, y por mucho.
Hoy, no soy un hombre que posea abundantes bienes, aunque ciertamente logré recuperarme de aquel episodio, y pienso que el factor primordial que me ayudó a lograrlo, fue saber “pescar”. Sin duda aprecio que muchas personas me hayan podido ofrecer un “pescado” cuando lo necesité, pero también sabía como obtener mi propio “pescado”. Saber pescar, hizo toda la diferencia entre permanecer para siempre en una condición inaceptable para cualquier ser humano, o salir de ella por mis propios medios.
John Gierach, escritor norteamericano, dijo una vez: “La solución a cualquier problema, es ir a pescar, y cuanto peor sea el problema, más largo debe ser el viaje”.
Por eso agradezco a mis padres y a mis abuelos, haberme enseñado a pescar, y hacerlo de manera digna, honesta, y esforzada. Porque así, me han evitado pasar por la vergüenza de convertirme en una simple y fiel mascota, de quien me ofrezca el pescado.
Raúl Asís Monforte González
Ingeniero Civil y Maestro en Arquitectura de Paisaje. Presidente del Consejo Directivo de la Asociación Mexicana de Energía Renovable y Medio Ambiente A.C.
Email: raul@mienergiamx.com
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