En la segunda década de este siglo se logró, con la intervención de ONU Hábitat, definir 17 objetivos fundamentales para el desarrollo, en los que se incluyen los derechos humanos, la salud, educación, ambiente, economía y ciudad; dentro de estos, se incluyó el objetivo de lograr que más ciudades sean resilientes.
A partir de ese momento, la Resiliencia se incluyó como parte de la agenda del desarrollo; fue tan serio el compromiso, que la nueva Ley General de Asentamientos Humanos, Ordena- miento Territorial y Desarrollo Urbano, que se publicó en el Diario Oficial de la Federación, el 28 de noviembre de 2016, destina el Título Sexto a la Resiliencia Urbana. Este título incluye la definición y aplicación del concepto de Resiliencia como objetivo dentro de los planes y programas de desarrollo urbano en nuestro país, como algo ya imprescindible.
El concepto se tomó de la capacidad que tiene los seres vivos y algunos materiales, de recuperar sus condiciones originales después de haber sufrido algún efecto o impacto violento o traumático; se entiende como resiliente entonces, cuando una selva se ve afectada por un incendio y el proceso de renovación y rebrote de las especies afectadas se va dando con el tiempo.
Como es una capacidad, las ciudades, aunque en la idea se consideran entes vivos, su proceso de cambio no es intrínseco, nace de la acción de los seres humanos, por lo cual, se hace complicado implementar o desarrollar una cualidad que no es natural, sino artificial, ahí ha radicado la falta de entendimiento y, por supuesto, de implementación.
La resiliencia urbana ya es una necesidad impostergable, no podemos dejar a un lado la conciencia de su importancia y contenido, no solo por ser un objetivo nuevo, sino porque entenderlo favorece el desarrollo de las personas en su seguridad personal, patrimonial y familiar, contra el impacto por factores de riesgo, sean meteorológicos o antropogénicos. El manejo inteligente y consciente de los riesgos en nuestro estado, los impactos y efectos naturales o urbanos, afectan, modifican y alteran las condiciones originales de nuestras ciudades y es preciso estar preparados para regresar a las condiciones en la que nos encontrábamos antes del incidente.
La resiliencia nace como respuesta a los efectos causados por situaciones de riesgo, cuyos resultados son acciones violentas; estos riesgos se originan tanto por fenómenos meteoro- lógicos, como por situaciones y condiciones urbanas, así como por el efecto de acciones mal planeadas.
Los fenómenos naturales son los huracanes, incendios, terremotos o sequías; las condiciones urbanas son la densificación masiva, la deficiente infraestructura, la falta de coordinación institucional y la falta de planes y recursos.
En lo general, todos los eventos que generan un impacto a la ciudad, en su funcionamiento, su actividad, la infraestructura y los usos del suelo, en términos de la resiliencia, se consideran actos violentos, de violencia urbana. Estos actos son necesaria e importantemente atendidos por los programas y planes, indispensables en una Ciudad Resiliente.
«Es momento de dejar la retórica, el discurso simple sin resultados ni respuesta. El primer paso es incluir a la ciudadanía en una efectiva y realista participación ciudadana, en donde existan los recursos, la voluntad política y una efectiva participación y vigilancia social».
La planeación del desarrollo requiere, necesariamente, que las administraciones públicas, en particular los ayuntamientos, incluyan programas de respuesta ante un efecto de riesgo o de violencia urbana; estos programas incluyen conceptos de atención y respuesta pronta. Cuando un impacto produce, como tenemos hoy en Mérida, un efecto por inundaciones, una vialidad bloqueada o un fraccionamiento inhabitable, una ciudad resiliente tiene el compromiso y la obligación de implementar sus acciones para “recuperar” el funcionamiento de la ciudad, justo antes del impacto, en el menor tiempo. Esto se logra teniendo una partida presupuestal específica, un organismo coordinador que dirija los cuerpos de seguridad, que implemente obras emergentes de recuperación, que aglutine las acciones del sector privado, y que garantice a los habitantes que su calidad de vida se recuperará de modo inmediato.
El otro ámbito de impactos o riesgos, son los “actos de violencia”. Se trata de aquellas acciones urbanísticas que alteran y modifican el funcionamiento y estructura urbana. Son aquellos usos del suelo que, sin la implementación de marcos normativos congruentes que regulen el modo en el que alteran la estructura urbana, provocan otros usos, cambian de escala y alteran la demanda de servicio, el transporte y la movilidad. Estos actos muchas veces son avalados al otorgar la licencia o permiso, sin el acto previo de prever sus efectos y disponer de las acciones urbanas para mitigar y reglamentar su cambio. Termina siendo un efecto de “Bola de nieve”, degradando y afectando el entorno, provocando el abandono y los vacíos urbanos.
De este tipo de actos de violencia, podemos analizar dos ejemplos actuales:
1. El Centro Internacional de Convenciones, que destruyó patrimonio, que cambió la estructura urbana, afectó la infraestructura y, en particular, los usos del suelo. En esta zona no se permitían usos de una escala como los 18 hoteles que ya están en proceso y que, contrario a las normas, se deforestó y se afectó el entorno. Este impacto se ve reflejado también en el terreno contiguo al templo de la Sagrada Familia, con el aumento de vehículos, como autobuses. Todo esto, en su conjunto, fue un impacto avasallador que resultó más complicado que la “construcción de un centro de convenciones”.
2. Los nuevos complejos multifamiliares, que re-densifican la ciudad, provocando un incremento de ciudadanos en una zona determinada, poniendo en riesgo la vialidad y el tránsito en ellas, el suministro de servicios, el transporte y el consiguiente cambio de usos del suelo. Como ejemplo están los departamentos Villas del Sol, que dispusieron derechos de otros predios, generando de manera inmediata el abandono de predios, construcciones nuevas y de giro comercial no existentes.
Estos dos casos, aunados a los efectos provocados por los huracanes, las inundaciones del fraccionamiento las Américas y las del paso a desnivel, conocido como el paso deprimido, nos ejemplifican los resultados en la ciudad de la importancia de contar con los planes y previsiones necesarias en ciudades Resilientes.
Es momento de dejar la retórica, el discurso simple sin resultados ni respuesta. El primer paso es incluir a la ciudadanía en una efectiva y realista participación ciudadana, en donde existan los recursos, la voluntad política y una efectiva participación y vigilancia social. Los objetivos no son ley, pero son metas necesarias para garantizar los derechos humanos de la ciudad y sus condiciones de vida digna.
Fernando Alcocer Ávila
Especialista en desarrollo urbano y planeación
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