Las niñas, adolescentes, jóvenes, adultas y adultas mayores que habitamos la ciudad de Mérida nos enfrentamos a vulneraciones cotidianas, no sólo por las prácticas sociales relacionadas al género, sino también por las lógicas de ordenamiento urbano; ambas generadas por dos sistemas de opresión históricamente perpetuados: el patriarcado y el neoliberalismo. Pero ¿cómo afectan estos sistemas a nuestra movilidad diaria?, ¿cuáles son las condiciones de movilidad para las mujeres habitantes de Mérida?, ¿cómo generamos que la movilidad sea incluyente, accesible y asequible para todas las mujeres?
Lentes feministas para entender nuestra movilidad.
Para comprender cómo afectan el patriarcado y el neoliberalismo a la movilidad diaria de las mujeres, basta con poner atención a las actividades cotidianas que realizamos, las razones por las que se nos hace responsables de ellas, y a los obstáculos a los que nos enfrentamos para cumplirlas.
Diariamente nos levantamos más temprano que el resto para atender a la familia, estamos al pendiente de las labores del hogar, elegimos nuestra ropa en función de los traslados que realizaremos, nos hacemos cargo del trabajo de cuidados de las infancias, personas con discapacidad o adultas y adultas mayores, vamos a la escuela, al trabajo o a hacer la despensa, etc. Nuestra existencia está condicionada por la carga social del género, misma que, nos han dicho, se remite exclusivamente al espacio privado. Sin embargo, la realidad es que las mujeres habitamos distintos espacios de la ciudad a diario, cumplamos o no con los mandatos de género.
También, hay que mirar las condiciones en las que se encuentran las ciudades. Además de responder a la carga de los estereotipos de género y enfrentarnos a la violencia sexual en el espacio público, tenemos que lidiar con calles no alumbradas, con un transporte público obsoleto, con falta de vías para bicicletas o transportes no motorizados, con banquetas en mal estado y sin rampas para personas con discapacidad, etc. No solamente nos afecta la carga de los estereotipos de género, también son las inequidades en las ciudades pensadas/construidas desde la hegemonía, lo que violenta la vida de las mujeres.
Es necesario visibilizar que el ordenamiento de las ciudades ha priorizado históricamente la movilidad de unos pocos, y que no son sostenibles para una gran parte de la población. Las condiciones de género y las premisas de la socialización de las mujeres no pueden ser obviados en el análisis de las dinámicas de movilidad urbana. Es urgente mirar con lentes feministas la relación de las mujeres y poblaciones vulneradas con las ciudades que habitamos, ya que solo así contribuiremos a que todas las personas ejerzan su derecho a la ciudad.
Las mujeres resistimos en Mérida.
La accesibilidad al espacio público, la eficiencia del transporte público, la seguridad en la movilidad para personas peatonas y vehículos no motorizados, son condiciones que deben ser analizadas para comprender y mejorar la relación que las mujeres tenemos con nuestros espacios. En el caso de Mérida, no todas tenemos la misma relación con la ciudad, pues las zonas que la componen son muy desiguales.
En los últimos años hemos visto un incremento en políticas públicas que buscan “mejorar” las condiciones de la ciudad en materia de movilidad, sin embargo, la ejecución de las mismas replican atajos conocidos: restauraciones en zonas privilegiadas del centro y norte de la ciudad; activación de vialidades ciclistas en zonas turísticas; protección de vialidades que priorizan las altas velocidades; no involucrar las diversas voces de la sociedad en la construcción de propuestas; falta de procesos de educación y sensibilización para todas las personas que comparten las vialidades; estrategias propagandistas en coyunturas electorales; ignorando, además, las necesidades de espacios peatonales e infraestructura que garantice la seguridad de todas las personas, incluidas las mujeres, en zonas oriente, poniente y sur de la ciudad.
Aunado a lo anterior, el servicio de transporte público en Mérida es de mala calidad, cuenta con poca accesibilidad para personas que viven con condiciones de discapacidad, y con rutas que no responden a las necesidades de la población a costos elevados ($8, contemplando que el salario mínimo es de $172.87). Además, hay que señalar que la ciudad cuenta con un aproximado de un auto por cada dos habitantes, generando así una alta tasa de motorización y condiciones críticas para la movilidad de autos no motorizados.
Por ello, afirmamos que Mérida no es una ciudad incluyente, pues sus dinámicas afectan principalmente a personas que en lo cotidiano se trasladan a diversos destinos en transporte público o medios de transporte no motorizados y que cuentan con menores ingresos económicos. Además, cuenta con altos índices de acoso sexual y violencia sexual. Provocando entonces que la movilidad cotidiana de las mujeres en Mérida sea un constante ejercicio de resistencia.
Por una Mérida incluyente, accesible y asequible para las mujeres.
Las académicas feministas pertenecientes al urbanismo, la arquitectura, la sociología, entre otras ciencias afines, han estudiado y enunciado la importancia de visibilizar y construir desde la vulnerabilidad, es decir, construir espacios y ciudades pensando en las personas invisibilizadas, en las que tienen menos accesos económicos y/o condiciones físicas (discapacidades) que, debido a la infraestructura de las ciudades, se les limita su ejercicio de derecho a la ciudad, movilidad y libre tránsito. Estas propuestas apuntan a que, si pensamos en aquellas personas, construimos y nos relacionamos en las ciudades con base en sus necesidades y limitaciones, estaremos construyendo espacios para todas las personas, incluidas las mujeres.
Por tanto, nos invitamos a incorporar en nuestro actuar cotidiano esta mirada feminista de nuestra relación con la ciudad.
A las personas en puestos de poder, a involucrar a más mujeres en los diagnósticos comunitarios y territoriales, y a accionar en favor de todas las personas.
A las personas automotoras, a hacer un ejercicio de empatía y cuidado de la otra. Desde el reconocimiento de que la ciudad es habitada y transitada por una diversidad de personas cuyo derecho a la movilidad y a la ciudad debe ser asegurado.
A ciclistas y personas peatonas, a apostarle al cuidado colectivo y a la construcción comunitaria para la reapropiación de los espacios que también son nuestros.
Y, a las mujeres en general, a acercarse a su colectiva feminista de confianza y construir nuevas formas y estrategias de movilidad que contribuyan a nuestra seguridad, libertad y gozo.
Confiamos en que un día nuestras relaciones con las ciudades serán desde lo colectivo, el cuidado mutuo y el amor.
Nos vemos en las calles.
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