Por décadas, el diseño de las ciudades arrinconó a la movilidad activa (caminar y bicicleta) en espacios mínimos y decadentes mientras que, paralelamente, se construía y ampliaba cada vez más el espacio destinado a los automóviles. El resultado es lo que hoy vivimos y padecemos en todo el país: ciudades ruidosas, contaminadas, deforestadas, peligrosas —sobre todo para quienes no se mueven en automóvil—, inaccesibles e, incluso, social y económicamente injustas.
La segunda mitad del siglo XX apostó por ciudades extensas, con modernos edificios y en donde toda la comunidad se pudiera desplazar de forma cómoda y rápida de un lugar a otro sin pérdidas de tiempo. Ese imaginario fracasó, y la realidad nos rebasó para terminar admitiendo que esa utopía urbana sería imposible.
Hoy tenemos claro que caminar y moverse en bicicleta son dos actividades que no debieron descuidarse en las ciudades y que tendrían de promoverse cada día más como las principales y más valiosas formas de trasladarse.
El automóvil llegó a las ciudades a principios del siglo XX. Fue tal su éxito mediático que minimizó cualquier otra forma de moverse en la ciudad. Hoy, la principal barrera para desplazarse caminando en la ciudad es la decadente infraestructura que se destina a esta modalidad. Esta decadencia se debe, en gran parte, a los privilegios de los que goza el automóvil. Las aceras suelen ser angostas, ya que siempre se le concede a la calle la mayor cantidad de carriles para la circulación de automóviles. Además de ser estrechas, las aceras carecen de continuidad a costa de la construcción de rampas para acceso de automóviles a los predios. Y, por si fuera poco, cada vez es más peligroso cruzar calles caminando, ya que la empatía de los automovilistas hacia los peatones no existe. La situación se agrava si consideramos que, mucha de la gente que requiere caminar por la ciudad, tiene condiciones especiales como problemas psicomotrices —muchas veces invisibles— o de visibilidad, por mencionar algunos.

El caso de la bicicleta es similar. La calle, que es por donde siempre habían circulado los ciclistas, hoy les resulta peligrosa debido a las altas velocidades a las que circulan los automovilistas y la poca empatía hacia quienes van en bicicleta. Ésta es un medio de transporte muy eficiente para distancias cortas y medias en las ciudades. Esta eficiencia se está viendo mermada por la falta de reconocimiento hacia este medio de transporte que, por décadas, ha existido en las ciudades.
El escenario que hoy vivimos en el espacio público de las ciudades a nadie nos conviene. Sea cual sea nuestro medio de transporte, hay dificultades. Movernos en automóvil cada vez es más costoso, se pierde tiempo y paciencia en cada viaje. Optar por el transporte público —cuando no hay un buen sistema— implica perder tiempo e incluso dinero. Moverse en bicicleta llega a ser peligroso si tomamos en cuenta la cantidad de automovilistas que, por su desesperación, cada día cometen imprudencias que han costado vidas humanas, y finalmente, caminar, que debería ser atractivo para todos, hoy en día se interpreta como un castigo al que nos debemos resignar cuando no tenemos otra opción.
La infraestructura que debe progresar en las ciudades es la que se destine a la movilidad activa. La normatividad —que ya existe a su favor— debe aplicarse en todo momento para que, con ello, la movilidad activa recupere su merecido estatus sobre la movilidad motorizada. Invertir recursos económicos en movilidad activa es invertir en salud, ya que promueve la actividad física; es invertir en medio ambiente, puesto que se reducen las emisiones de dióxido de carbono; es economizar en infraestructura y combustibles; y, finalmente, es invertir en una sociedad justa, feliz y democrática.
Cuando se invierte en infraestructura para los automóviles, inevitablemente se incide en el deterioro de las condiciones para la movilidad en bicicleta, caminando e incluso en el transporte público; por consecuencia, se restringe el crecimiento de estas últimas modalidades. Y viceversa, cuando se invierte en la infraestructura para la movilidad en bicicleta, para caminar y en el transporte público, inevitablemente son limitados los privilegios de quienes se desplazan en automóvil. Esta es la estrategia para reordenar el espacio público, ya que muchos automovilistas terminan mutando a las modalidades activas.
Si se quiere resolver la movilidad urbana de la ciudad de Mérida a fondo, para que impere la equidad y la justicia, deberán enfocarse grandes esfuerzos para impulsar la movilidad activa. Es momento de cambiar la estrategia. La única solución para resolver el tráfico motorizado es reducirlo en cantidad, es decir, no seguir estimulando el uso del automóvil, sino todo lo contrario, empezar a limitarlo de una vez. Las ciudades con futuro prominente serán aquellas que logren multiplicar la movilidad activa y que logren disminuir la enfermiza dependencia que hemos generado del uso del automóvil.
Por: Juan Carlos Rojo Carrascal, Universidad Autónoma de Sinaloa.
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